San Esteban,
El Protomártir,
diácono y mártir
Fecha: 26 de diciembre
†: s. I - país: Israel
Canonización: bíblico
Hagiografía: Abel Della Costa
Elogio: Fiesta de san Esteban, protomártir, varón lleno de fe
y de Espíritu Santo, que fue el primero de los siete diáconos que los apóstoles
eligieron como cooperadores de su ministerio, y también fue el primero de los
discípulos del Señor que en Jerusalén derramó su sangre, dando testimonio de
Cristo Jesús al afirmar que veía al Señor sentado en la gloria a la derecha del
Padre, al ser lapidado mientras oraba por los perseguidores.
Patronazgos: patrono de Roma, de los caballos, los mozos de cuadra, cocheros, canteros, albañiles, carpinteros, tejedores, sastres, toneleros, y protector contra la obsesión, las piedras y cálculos, la pleuresía, los dolores de cabeza, y para pedir una buena muerte.
Tradiciones, refranes, devociones:
Refrán en catalán: "Per Nadal un pas
de pardal i per Sant Esteve un pas de llebre."(Por Navidad un paso de
gorrión y por San Esteban un paso de liebre, en relación a que los días se van
alargando).
Posiblemente relacionado con el mismo
fenómeno de alargarse los días está la versión castellana "Por San
Esteban, un paso de liebre lleva, por San Antonio un paso de demonio."
El Diccionario de la Lengua recoge la
expresión «ver (alguien) los cielos abiertos" con el significado de
"presentársele ocasión o coyuntura favorable para salir de un apuro o
conseguir lo que deseaba.", que proviene sin duda de la expresión de
Hechos 7,56 en boca del propio Esteban, aunque también se utiliza en otros
pasajes bíblicos.
Refieren a este santo: San Felipe el diácono, Santos Pedro y Pablo, Santos
Prócoro, Nicanor, Timón, Pármenas y Nicolás
La Biblia es tan consecuentemente
«antibiografista» que de ninguno de sus personajes -incluido Jesús- nos cuenta
ni un trazo que no sea estrictamente en función de lo que va a relatar sobre
él, y así nos quedamos habitualmente con el deseo de saber un poco más: edad,
procedencia, etc. San Esteban no podía ser una excepción, y a pesar de la
enorme importancia que tuvieron los hechos relacionados con él en la primera
Iglesia, apenas si se nos presenta en Hechos 6,5 y ya quedamos abocados a la
situación de su martirio y las consecuencias para la comunidad cristiana.
Su nombre, Stephanos, es griego (significa
«Corona»), y también están relacionadas con «los griegos» las funciones que
cumplirá, tanto él como sus seis compañeros diáconos. El relato dirá que en la
Iglesia «los helenistas» se quejaron contra «los hebreos» (Hech 6,1);
lamentablemente, ya no tenemos forma de saber a qué se referían con exactitud
las dos categorías, pero, aunque hay otras, la hipótesis más plausible sigue
siendo la habitual: «los hebreos» designaría a los judeo-cristianos
«tradicionales», típicamente de Jerusalén (aunque Pablo es «hebreo, hijo de
hebreos», Flp 3,5, y no es de Jerusalén), caracterizados metonímicamente porque
sabían hebreo (quizás leían la Biblia en hebreo normalmente, o rezaban las
oraciones en hebreo, o hablaban mayoritariamente arameo, que para quien no
conociera la diferencia le podía sonar como hebreo); mientras que los
«helenistas» serían judeo-cristianos de habla griega, no gentiles ni
procedentes de la gentilidad, a lo sumo judíos de la diáspora. Los siete
nombres, el de Esteban y los demás, son todos griegos. Cuando comienza el
pasaje da la impresión de que tan solo se va a dividir la comunidad en dos, al
menos a los efectos administrativos, pero lo que en realidad ocurre es algo
bien distinto: por un lado estos «siete hombres de buena fama» no se dedican
sólo al «servicio de la mesa» sino que tienen funciones de predicación como
«los Doce», que las vemos claramente en Esteban y Felipe (el diácono); por el
otro, hay un reacomodamiento en el conjunto de las «funciones jerárquicas», y
estos «diakonoi» (es decir, servidores) no serán un parche ni un añadido para
sufragar las necesidades de un sector de la comunidad, sino que de a poco
tendrán relación con toda la Iglesia.
Lo cierto es que acto seguido,
inmediatamente después de la escena de la elección, vemos a Esteban en plena
acción apostólica: hace milagros, polemiza, predica. No tarda en aparecer la
acusación: «le hemos oído decir que Jesús, ese Nazoreo, destruiría este Lugar y
cambiaría las costumbres que Moisés nos ha transmitido». (Hech 6,14); sólo en
parte se trata de una calumnia, porque efectivamente la predicación de Esteban
era abiertamente antitemplo, como tenemos ocasión de leerlo por nosotros mismos
en Hechos 7,2-53; la calumnia no está en el hecho de que él predicara contra el
templo, sino en que él pretendiera la abolición de la religión tradicional: la primitiva
Iglesia se sentía en completa continuidad con el judaísmo y de ninguna manera
podía aceptar la acusación de pretender «cambiar de raíz» la fe judía; aunque
unas décadas después, ya en la generación de san Lucas, no en la de san
Esteban, ese panorama se había modificado, y la Iglesia tomado más conciencia
de su autonomía y originalidad respecto de la fe judía.
Naturalmente, la predicación de Esteban no
fue registrada por taquígrafos, sino que sobre la base de testimonios orales
Lucas recibió el contenido, y dio -al igual que en los demás casos de discursos
que hay en gran variedad en Hechos- forma literaria a esa predicación, de modo
que quedara no sólo como recuerdo de lo predicado por Esteban, sino como modelo
de predicación para toda la Iglesia. Es un discurso, entonces, que vale la pena
leer con minuciosidad, porque nos muestra no sólo un conjunto de ideas propias
de los comienzos de la fe, sino un modo concreto de cómo la Iglesia desarrolló
su forma de recibir lo que llamamos el Antiguo Testamento (y que para ese
momento eran simplemente «Las Escrituras»); el discurso de Esteban sólo
secundariamente tiene un valor «arqueológico», para que sepamos «lo que dijo»,
lo principal es su valor como modelo de acercamiento al Antiguo Testamento:
enseña a «leer» la historia -los hechos que ocurren en la historia, en este
caso, la historia del pueblo de Israel- como anticipo, como siempre encaminada
hacia la revelación del reinado de Dios.
Y sobreviene la lapidación -castigo de la
blasfemia, y ejemplo para los demás- que, al igual que el discurso es modelo de
recepción del AT, es modelo de martirio cristiano, con todos aquellos elementos
que no faltarán en la «Passio» de los mártires, tal como se nos recopilarán
luego en las historias martiriales hasta nuestros días: la valentía e
intrepidez que provienen, no de sí mismo sino del Espíritu Santo, la presencia
de Cristo (visión, voz, consuelo, ángeles, etc), en el momento de la tortura, y
sobre todo un elemento fundamental que hace del mártir el imitador perfecto de
Jesús: el perdón a los verdugos. Y como todo martirio, da mucho fruto, e
incluso lo da inmediatamente: ya en Hechos 11,19 se nos dirá que «los que se
habían dispersado cuando la tribulación originada a la muerte de Esteban,
llegaron en su recorrido hasta Fenicia, Chipre y Antioquía...» Todo es ocasión
para el crecimiento de la Iglesia.
La cuestión de las reliquias merece un
tratamiento propio, ya que el 3 de diciembre del 415, unos 350 años después de
la lapidación, un sacerdote de Gámala de Palestina encontró las reliquias de
Esteban, junto con las de Nicodemo, Gamaliel (el rabino, que la leyenda supone
que se convirtió y murió mártir), y Abib, hijo de Nicodemo. Acorde con las
costumbres de la hagiografía antigua, no bastó con que el sacerdote «encontrara»
(si es que es cierto) las reliquias, sino que en torno a ese hecho se fue
tejiendo una leyenda, que pudo haberla iniciado él mismo. Supuestamente, al
mismo tiempo Luciano y un monje, Migesio, tuvieron un sueño, o quizás una
visión, en el que se le aparecía Gamaliel, vestido litúrgicamente, se
presentaba comno el maestro de san Pablo, y reprochaba que él y sus compañeros,
Esteban, Nicodemo y Abib, hubieran sido enterrados sin honores. Les indicaba el
lugar de las reliquias y les instaba a que fueran descubiertas y veneradas. Con
el acuerdo del obispo de Jerusalén se procede a la excavación y descubrimiento
de las venerandas reliquias, que son trasladadas solemnemente el 26 de
diciembre a la iglesia de Sión, en Jerusalén; otra parte queda con el sacerdote
Luciano, que a su vez reparte entre sus conocidos. Ocurre entonces una primera
dispersión, pero en el siglo XIII, los cruzados traen esas reliquias a
Occidente, y a partir de allí la dispersión es total: un brazo de Esteban en
Roma, en San Ivo alla Sapienza, otro brazo de Esteban en San Luis de los
Franceses, y otros brazo de Esteban (!) en Santa Cecilia; el cráneo en San
Pablo extramuros, y muchos más fragmentos en Venecia, Constantinopla, Nápoles,
Besançon, Ancona, Ravena, etc. Llegaron a ser tan famosas, y tan detallada la
leyenda del descubrimiento, que tuvieron una fiesta litúrgica propia;
efectivamente, además de celebrarse el 26 de diciembre al mártir, el 3 de
agosto se celebraba la «Inventio Sancti Stephani» («inventio» en latín
significa descubrimiento), aunque se pierde en la noche de los datos el motivo
por el cual se celebraba el 3 de agosto en vez del 3 de diciembre, que hubiera
sido más lógico. Esta fiesta fue suprimida por un breve de SS Juan XXIII en
1960, poco antes de que la atinada reforma litúrgica del Concilio Vaticano II
barriera con muchos otros abusos en las celebraciones de los santos.
La celebración de Esteban el día 26 de
diciembre es antiquísima. El protomártir forma parte de los «comites Christi»,
es decir los «escoltas de Cristo», que se celebran junto con la Natividad: Juan
(identificado tradicionalmente con el Discípulo Amado del cuarto evangelio),
los santos inocentes, y el propio Esteban.
Conviene adentrarse con más detalle en la
cuestión de los «hebreos» y los «griegos», que se la encontrará en cualquier
introducción al libro de los Hechos de los Apóstoles, por ejemplo, el
«Comentario Bíblico San Jerónimo», o el «Nuevo Comentario...»; también el
Cuaderno Bíblico nº 21, dedicado a Hechos de los Apóstoles, explica bien el
contexto de griegos y hebreos y la figura de Esteban. Para la cuestión de las
reliquias puede consultarse el artículo de Antonio Borrelli en Santi e Beati, o
la entrada del Butler-Guinea correspondiente al 3 de agosto (tomo III, pág.
255), con su pertinente bibliografía. He simplificado un tanto las numerosas
traslaciones intermedias que sufrieron las veneradas reliquias. El cuadro final
es de Bernardo Cavallino, siglo XVII, Museo del Prado, Madrid.
Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente
enlace: https://www.eltestigofiel.org/index.php?idu=sn_4615
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